Tardó mucho tiempo en salir, del colegio. Su madre, preocupada, preguntó a una de las responsables que donde estaba su hijo.”Pués mire ya han salido todos los alumnos…es raro “. Se adentraron en las instalaciones de aquel centro escolar hasta llegar al aula y allí, solo y sentado estaba el crío. Era el primer día de clase. Le habían dicho y repetido mil veces que estuviera sentado, en silencio y escuchando a los profesores y así lo hizo, siguiendo casi una orden militar. Había sonado la campana de salida pero nadie le explicó el significado de aquel sonido por lo que cumplió fielmente los consejos paternos. Cumplió de tal manera que no se atrevió a abrir la boca para decirle al profesor que la mierda estaba en puerta. Y efectivamente se cagó. Eso sí, sin hacer gestos, hierático y como si nada pasara. La basura de su cuerpo se extendió hasta llegar al doblez del pantalón, junto a la rodilla donde se atrancó la cosa. Y en ese transcurrir del tiempo, la salida del colegio hasta la calle, el olor no se hizo notar. Sin embargo hizo acto de presencia cuando su padre lo llevó al peluquero. Al mismo tiempo que el profesional del pelo movía el peine de adelante hacía atrás llegaba el tufillo hacía el procreador. Éste culpó, en primer lugar, el poco aseo personal del operario de la tijera. Finalmente su olfato recordó un olor personal, muy familiar. Diose cuenta de que el nene estaba cagado .No pudo apartarse aquel intenso olor hasta que llegó a casa .Calle abajo parecía oler menos pero las cuestas ,con paso menos rápido, el olor parecía pegarse al ropaje invernal y expedía un repelente natural antipersonas. Moscas y mosquistos…todos . Como en Jaén las distancias son cortas, a los diez minutos el estropajo recorría las corvas de aquel niño. Creo que pasaron varias semanas hasta que aquel repugnante olor salió del pequeñito piso. Una mierda, por muy pequeña que sea, puede alterar la vida del más grande e ínclito personaje. Y sino haz la prueba.
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